jueves, 16 de enero de 2014

Las actitudes de la persona adulta ante el aprendizaje

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a) Resistencia: el⁄la adulto⁄a tiende a oponer resistencia al cambio de personalidad que supone la educación. A menudo, de manera inconsciente, el⁄la adulto⁄a ve la novedad como una amenaza. Esta resistencia deberá tratar de vencerla el⁄la formador⁄a haciendo ver los beneficios que reporta el cambio.



b) Interés: normalmente el⁄la adulto⁄a asiste a clase por propia convicción. Esto es un elemento positivo, pero también supone que el nivel de exigencia del⁄de la adulto⁄a es mayor. Este⁄a tiende a abandonar el aprendizaje si no ve claro el fin o si cree que su esfuerzo no responde a sus necesidades. El⁄la formador⁄a deberá, por tanto, definir claramente los objetivos que persigue, conocer las necesidades concretas de sus alumnos y articular sus acciones de forma muy clara.



c) Curiosidad limitada: la inteligencia del⁄de la adulto⁄a, al contrario de la del⁄de la niño⁄a o del⁄de la adolescente, no está en fase de expansión. Recurre a la formación en la medida en que ésta responde a una necesidad y por ello exige conocer la conexión entre las tareas que realiza y el objetivo. Requiere economía de esfuerzo.



d) Impaciencia: como consecuencia de su sentido de la economía del tiempo y el esfuerzo, el⁄la alumno⁄a adulto⁄a tiende a ser más impaciente. Los diferentes estilos de aprendizaje van a exigir un esfuerzo de adaptación del⁄la formador⁄a y de los programas a fin de satisfacer en lo posible a todo el grupo.



e) Responsabilidad: el⁄la adulto⁄a se resiste a ser un elemento pasivo en su formación, ya que está habituado a asumir la responsabilidad de sus acciones. Facilita su participación en el proceso el hecho de que se siente cercano al⁄a la formador⁄a, sin el temor infantil; pero no olvidemos que rechazará, por esto mismo, el estilo autoritario. El⁄la formador⁄a deberá presentarle con claridad el objetivo, dándole la oportunidad de discutirlo y de valorar y evaluar el proceso y los resultados.


f) Emotividad: las emociones juegan un papel fundamental en la formación de los⁄as adultos⁄as. El miedo a la frustración y al ridículo son grandes, y se acentúan en aquellos⁄as alumnos⁄as con menor nivel de formación. Nunca deberá fomentarse un sistema competitivo en grupos con niveles dispares, ni hacer críticas negativas en público, ni permitir que transcienda fuera del aula el nivel de aprendizaje de un⁄a alumno⁄a.




g)   Motivación: podríamos definirla como la tensión que mueve al individuo hacia una meta. Estaría integrada por tres componentes: la expectativa (¿soy capaz de hacerlo?), el valor (¿por qué lo hago?) y lo afectivo (¿cómo me siento al hacerlo?). En el⁄la adulto⁄a las motivaciones pueden ir desde el deseo de promoción profesional a la satisfacción de frustraciones. Así, el poder motivador de una actividad formativa será mayor cuanto más conecte con las necesidades del⁄la alumno⁄a.




h) Verificación o evaluación: el esfuerzo realizado por el⁄la adulto⁄a debe ir verificando su eficacia de forma continuada. Para esto debemos estructurar nuestros contenidos en etapas breves y escalonadas cuya asimilación se verifique de manera casi inmediata. Esto es también fundamental a la hora del refuerzo al⁄a la alumno⁄a. Los cuestionarios, ejercicios prácticos, etc. serán alguno de los medios utilizados.
 

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