GUÍA PATA TRATAR A CADA ALUMNO/A SEGÚN SU PERSONALIDAD

- el⁄la
tímido⁄a: tiene ideas pero le cuesta exponerlas por falta de seguridad en
sí mismo⁄a, por miedo a los demás o porque menosprecia sus aportaciones. Tendremos
que ayudarles a vencer su timidez haciéndole preguntas lógicas y fáciles, reforzando
positivamente sus intervenciones cuando sean buenas para, de esta forma, aumentar
su confianza. Debemos también hacer referencia, durante el desarrollo de la
clase, a las aportaciones hechas por él⁄ella.
- el⁄la
pasivo⁄a: no participa nada y manifiesta su falta de interés. Se resiste a
las preguntas del⁄ de la formador⁄a. en este caso nos puede ayudar el trabajo
en pequeños grupos, en los que se concluya con preguntas como ¿qué hemos
aprendido hoy? ¿Qué queremos aprender a partir de hoy? Les obligamos a que
participen.
- el⁄la
“falta de base”: pregunta aspectos que ya se dan por sabidos y hace perder
el tiempo a los demás. Decirle que en el descanso hablará con él⁄ella.
Proponerle tareas al margen de la clase.
-
el⁄la mudo⁄a voluntario⁄a: se desinteresa de todo negándose a
participar, bien porque se sobrevalora y desprecia al grupo, bien porque piensa
que nada de lo que se dice es importante. Debemos tratar de despertar su
interés pidiéndole su parecer sobre un punto que conoce para que nos ayude al
enriquecimiento del tema. También debemos matizarle con diplomacia sus juicios
para darle a entender que también puede aprender. En algunos casos podemos
someter al juicio del grupo sus afirmaciones.
-
el⁄la distraído⁄a: es distraído⁄a y distrae a los demás. Pocas veces
sigue el desarrollo del tema y cuando lo hace distrae al que habla y a los que
escuchan. aún así, hemos de tener en cuenta que también tiene algo positivo que
decirnos y no conformarnos con la típica postura de “al menos que no distraiga
a los demás”.
en
estos casos podemos ejercer un cierto control a distancia, mirándolo⁄a con
frecuencia. También podemos invitarle a participar mediante preguntas directas,
diciendo su nombre primero para atraer su atención, y después hacerle la
pregunta con un breve resumen de lo comentado para que se centre en el tema.
Así evitamos dejarle en ridículo, ya que sus intervenciones pueden ser
positivas.
-
el⁄la interrogador⁄a: formula preguntas, busca aclaraciones y
repeticiones. Puede ser crítico⁄a constructivo⁄a o por el contrario puede hacer
preguntas engañosas con la finalidad de criticar nuestras respuestas y que así
acepte su punto de vista. En este caso, no debemos caer en la trampa que el⁄la
alumno⁄a nos tiende; por que la clase se convertiría en un diálogo
formador⁄a-interrogador⁄a. podemos derivar las preguntas al resto de sus
compañeros⁄as para que no se conviertan en espectadores⁄as. También podemos
dejar las respuestas para el final de la clase argumentando que no son del
interés de los compañeros⁄as.
-
el⁄la obstinado⁄a: suele interrogar sistemáticamente el punto de vista
de los⁄as demás y también el del⁄ de la formador⁄a. no quiere aprender de
otros, lo que pretende es imponer su criterio. los⁄as que no comparten sus
opiniones son enemigos. Ante este caso debemos apoyarnos en el grupo y hacerle
ver que hay otras opiniones y que la finalidad de un diálogo no es tener la
razón. Podremos también formular con claridad sus ideas para planteárselas al grupo.
Otra posibilidad es aparcar sus afirmaciones para el final de la clase. También
se puede hablar en particular con él⁄ella y mostrarle que esa actitud le traerá
consecuencias negativas en el grupo.
- el⁄la
terco⁄a o quisquilloso⁄a: le gusta llevar la contraria, parece que se opone
por gusto poniendo en duda todas las afirmaciones sobre el tema y provocando
tensiones. Por su forma de actuar, la clase se convertirá en un campo de lucha
donde habrá vencedores⁄as y vencidos⁄as. Hay que procurar ante estas situaciones
no perder la calma ni “entrar al trapo”, aunque algunas veces resulte difícil. Podemos
poner la excusa de la falta de tiempo y procurar destacar lo bueno de sus
intervenciones y luego seguir con el tema. Cuando la opinión sea sostenida sólo
por él⁄ella, podemos oponerle al grupo. si sigue insistiendo debemos replantear
de nuevo la discusión, englobando sus contribuciones y las de la mayoría.
- el⁄la
“sabelotodo”: pretende impresionar a los⁄as demás con sus conocimientos. Puede
ser una persona informada o un⁄a experto⁄a en la materia; pero también puede
ser un⁄a simple charlatán⁄a que con habilidad se anda por las ramas. Puede
hacer preguntas molestas y buscar los puntos débiles de nuestras
argumentaciones. Actuaremos con cautela buscando el apoyo del grupo. Reforzaremos
y elogiaremos sus intervenciones si nos ayudan al desarrollo del tema, pero
también las de los demás miembros de la clase. Si sus argumentos no son
oportunos, podremos matizar sus afirmaciones e incluso presentarlas como un
punto de vista más, pero no el único. También deberemos favorecer las intervenciones
de los demás y reforzar la confianza del grupo en sí mismo. Si se empeña demasiado
en intervenir, podremos solicitarle un resumen más claro de sus argumentaciones
y plantearles preguntas y problemas difíciles.
- el⁄la
manipulador⁄a: tiene manías, ideas fijas o casi dogmáticas, interrumpe,
trata de dirigir el grupo, usa grandes monólogos, afirma con seguridad y suele
ser bastante susceptible. Con estas personas actuaremos con tacto. Debemos
hacerle comprender que existen otros puntos de vista igualmente válidos.
También debemos recordarles cuáles son los objetivos que perseguimos.
Aprovecharemos sus ideas matizándolas y conectándolas con nuestro tema.
- el⁄la
monopolizador⁄a: tiene tendencia a hacer uso de la palabra mucho más que
los demás y casi siempre de sus temas favoritos. Trata con argumentaciones
larguísimas que apoyemos sus puntos de vista. En estos casos el propio grupo
terminará haciéndole ver que debe ser más conciso. Con él o ella trataremos de
hacerle volver al tema y le pediremos que sea breve en sus intervenciones.
Además,
favoreceremos las intervenciones de los demás haciendo preguntas.
-
el⁄la payaso⁄a: realiza un exceso de bromas que hacen perder el tiempo y
desconcentrar al grupo. Ignorarle y poco a poco se dará cuenta de que se está
“pasando”.
-
el⁄la líder: el grupo está muy pendiente de él⁄ella. si es positivo es
muy cooperador; si es negativo puede perjudicar la marcha del programa.
Reconocer
el liderazgo y proponerle tareas que le hagan cooperar de forma positiva; “metérselo
en el bolsillo”.
*
Además de todos estos roles que suelen provocar dificultades, citaremos
algunos que contribuyen de forma importante a los procesos formativos:
-
el⁄la armonizador⁄a: concilia posiciones opuestas, cumple y acepta a los
demás tal y como son.
-
el⁄la alentador⁄a: fortalece al grupo, es cordial, amistoso y
diplomático.
-
el⁄la aclarador⁄a: vuelve a enunciar una cuestión o solución con fines
de esclarecimiento, sintetiza en las discusiones e informa a los nuevos
miembros poniéndolos al día.
-
el⁄la reductor⁄a de tensiones: ayudan al grupo contando chistes o frases
concurrentes para que se reduzcan las tensiones. Suele ser de los miembros más
populares del grupo.
-
el⁄la opinante: aporta una idea u opinión sobre algún problema o cuestión
y ofrece su experiencia sobre lo que se está tratando.
-
el⁄la iniciador⁄a: sugiere procedimientos, propone soluciones
alternativas; es una persona de ideas.